Production IG, creadores de Una Carta para Momo y la Isla de Giovanni, es el estudio responsable la nueva obra maestra de Keiichi Hara, Director de El Verano de Coo y Colorful. Ha ganado el premio a la mejor película de animación en el Festival de Sitges 2015, el premio especial del jurado en el Annecy 2015 y premio a la mejor película y mejor director en el Fantasia Film Festival 2015. Con guión de Miho Maruo (Colorful), está basada en un manga de Hinako Suigura titulado Sarusuberi (Espumilla) y con guion de Miho Maruo. Ambientada en Edo, Japón, durante 1814, nos muestra a un maestro de ukiyo-e con 50 años llamado Tetsuzo, y su hija Oei. Parece que es responsable de muchos de las obras de su padre, pero sin recibir ninguna recompensa por ello. Para estar al día de cosas como esta podéis seguirme en Twitter.
Tetsuzo, más conocido en Occidente como Hokusai, fue un artista célebre en todo Japón por sus sorprendentes obras, desde un Dharma gigante plasmado en una hoja de papel de 180 m2 hasta un par de gorriones pintados en un minúsculo grano de arroz pasando por un sinfín de obras maestras que realizó en su mágico atelier y que hoy en día son famosas en el mundo entero. Lo que mucha gente desconoce es que la tercera de sus cuatro hijas, Oei, una joven terca e independiente, realizó anónimamente muchas de las obras que hoy en día se le atribuyen a su padre. Esta es la historia jamás contada de Oei, un retrato animado de una mujer de espíritu libre eclipsada por la sombra de su padre que se despliega a través de las estaciones cambiantes. En la película también conocemos a otra hija del artista, Onao, mi personaje favorito del film.
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Muy pocos sabían que Hokusai tenía una hija de gran talento, llamada Oei, que lo asistió hasta su muerte. Por ello, puede resultar una sorpresa el que muchas obras que se ha dado en atribuir al maestro Hokusai en realidad sean, muy probablemente, fruto de una colaboración entre padre e hija, o incluso realizadas por Oei por entero, aunque las firmara Hokusai sencillamente porque su nombre tenía mayor atractivo en el mercado. Relatos de la época, principalmente de discípulos, parecen confirmar que Oei superaba a su padre en los retratos de mujeres hermosas (bijinga), uno de los temas típicos del arte japonés. El propio Hokusai lo reconocía plenamente y ambos compartían roles en el proceso creativo. Hasta el día de hoy, Oei sigue siendo uno de los misterios más fascinantes del arte japonés, con menos de una docena de obras atribuidas a ella por consenso y, sin embargo, todas ellas de excepcional talento artístico y aguda sensibilidad.
Dependiendo de vuestra forma de ser y de ver las cosas, esta película os encantará o no. No se puede negar su altísima calidad técnica, mezclando una cuidada animación tradicional con CGI 3D que apenas se nota. El diseño de personajes, fondos y escenarios, parece que realmente estemos en el antiguo Edo (nombre de Tokio antes de la restauración Meiji). Sorprende cómo aun siendo maestros de ukyo-e, ambos protagonistas llegan con dificultad a fin de mes, pues la película está ambientada en una época delicada del artista, que vivía de forma sencilla y no tenía ningún apego al dinero, y menos al ahorro. Oei es una mujer independiente, directa, con un fuerte carácter y de espíritu libre, con una problemática relación padre-hija. Más abajo explico con mayor profundidad detalles de la vida del maestro Hokusai. También tenéis clips de la película.
Salvo algunos momentos algo místicos, la narración es sencilla y tranquila, incluso algo lenta. Al contrario que otros animes, no tiene escenas de acción, y se centra el el día a día de sus protagonistas. Podría decirse que la película es un reflejo de la personalidad de Hokusai y sus obras. Parte de la historia transcurre cerca o alrededor del río Sumida, destacando el bullicioso ir y venir de la gente en el puente, y la cuidadosa y delicada fluidez del agua, algo muy difícil de conseguir en una película de animación. Las escena del juego en la nieve, además de bonita y tierna, técnicamente también es magnífica. Debajo tenéis vídeos con parte de esas escenas. El final es algo apresurado, aunque se añaden como comentario detalles de como terminó la vida de Oei.
Se dice que a lo largo de su vida Hokusai se mudó de casa 93 veces, porque él y su hija se dedicaban exclusivamente a dibujar; compraban la comida en los puestos callejeros, echaban la basura por el suelo y nunca limpiaban. Cuando se hacía imposible vivir en la casa, sencillamente se trasladaban a la siguiente. Este aspecto peculiar de la familia Hokusai se retrata vívidamente en Miss Hokusai.
Una de las ciudades más pobladas del mundo, rebosante de campesinos, samuráis, ciudadanos, comerciantes, nobles, artistas, cortesanas y, tal vez, incluso de cosas sobrenaturales. Tetsuzo, artista consumado en su época y ahora en la cincuentena, cuenta con una clientela por todo Japón y trabaja sin descanso en el caos de su casa-estudio, rodeado de basura. Se pasa el día creando obras de arte asombrosas, desde un Bodhidharma de tamaño gigante en una hoja de papel de 180 metros cuadrados a un par de gorriones pintados en un minúsculo grano de arroz. Irascible y extremadamente sarcástico, goloso pero sin un interés particular por el sake ni el dinero, cobraría una fortuna por cualquier encargo que no le apetezca aceptar.
La tercera de las cuatro hijas de Tetsuzo nacida de su segundo matrimonio, Oei,una chica de 23 años sin pelos en la lengua, ha heredado el talento y la terquedad de su padre y suele pintar en su lugar aunque sin firmar su trabajo. Su arte es tan potente que a veces le trae problemas. «Padre e hija: dos pinceles, cuatro palillos. Muy mal tendríamos que estar para no poder comer».
Décadas más tarde, Europa descubrirá el inmenso talento de Tetsuzo. Se le conocerá principalmente por uno de sus muchos nombres, Katsushika Hokusai, y cautivará a toda una generación de artistas, desde Degas a Monet, Van Gogh y Klimt, Debussy y Baudelaire. Su emblemático grabado La gran ola de Kanagawa aparecerá en camisetas y tazas de café en el mundo entero.
Sin embargo, hoy en día muy pocos saben de la mujer que lo ayudó durante toda su vida y que realizó una gran contribución en su arte sin recibir ningún crédito. Esta es la historia no contada de Oei, conocida como Katsushika Oi, la hija del maestro Hokusai: un vivaz retrato de una mujer de espíritu libre eclipsada por la figura mítica de su padre, que se desarrolla a través de los cambios de estación.
I. EL HOMBRE QUE PROVOCÓ LA OLA Tal vez la mayoría de la gente ignore el título del grabado o el nombre de su autor, pero se trata de la pieza más icónica y reconocible internacionalmente del arte japonés y, aparte de en libros o museos, se puede ver fácilmente en recuerdos de todo tipo. Se conoce comúnmente como La gran ola de Kanagawa, aunque una traducción más fiel sería Bajo una ola de Kanagawa. Es una de las 30.000 obras producidas por Katsushika Hokusai, que vivió entre 1760 y 1849. Se le considera uno de los más grandes artistas de Japón, pero Hokusai es solo uno de los más de treinta nombres artísticos que este hombre usó durante su vida. En sus últimos años firmó sus obras como Manji, el viejo loco por el dibujo. Sin embargo, Tokitaro (su nombre de infancia) o Tetsuzo son probablemente lo más cercano al concepto occidental de nombre de pila y es así como su familia y amigos le llamaban en la vida cotidiana.
Utilizó por primera vez el seudónimo Hokusai (en combinación con Tatsumasa o Tokimasa) alrededor de 1798. En 1814, el año en que se ambienta Miss Hokusai, empleó varias combinaciones, como Hokusai Taito o Hokusai renombrado Katsushika Taito; esta última aparece en la película como firma de la pintura del dragón. Como al final Hokusai fue el nombre que utilizó durante más tiempo, aunque en diferentes combinaciones, y en particular en el momento en que hizo sus obras más famosas, como la serie de Manga (como Hokusai Taito) y las Treinta y seis vistas (como Hokusai Iitsu), se ha convertido en el nombre por el que se le conoce comúnmente.
II. UNA CELEBRIDAD SIN DINERO La famosa ola es parte de una serie de 46 piezas llamada Treinta y seis vistas del monte Fuji, publicada alrededor de 1831. El motivo de que se llame Treinta y seis pero haya 46 es que los primeros 36 grabados tuvieron tanto éxito de venta que el editor instó a Hokusai a hacer diez más. De hecho, a pesar de algunos altibajos, Hokusai fue un artista reconocido en vida, con clientes en todo Japón, e incluso en la concesión holandesa de Nagasaki. Según ciertos relatos, pintó en directo para el sogún, la máxima autoridad política de la nación, que al parecer estaba ansioso por ver al famoso de Hokusai en acción. Sin embargo, Hokusai vivió casi toda su vida sin dinero porque al parecer no tenía ningún interés en él. Se dice incluso que ni siquiera abría los sobres con los que le pagaban sus clientes y los entregaba, sin abrir, al siguiente acreedor.
«Hokusai no es solo un artista del mundo flotante entre tantos otros. Es una isla, un continente, un mundo entero en sí mismo» –Edgar Degas
La gran ola de Kanagawa (1831), de Katsushika Hokusai. Se considera la obra más reconocida del arte japonés en el ámbito internacional. Este grabado forma parte de una serie de 46 piezas titulada Treinta y seis vistas del monte Fuji. A pesar de haber alcanzado fama internacional, no se sabe mucho acerca de cómo se concibió la serie, incluso la fecha de publicación es incierta, aunque un anuncio del editor Eijudo destinado a publicarse a principios de 1831 parece confirmar que en ese momento la serie estaba en curso o a punto de aparecer. Pero una cosa es segura: el éxito comercial de la serie instó a otros editores y artistas (empezando por Hiroshige) a publicar más impresiones de paisajes, un género menor hasta entonces, y décadas después causarían un impacto duradero en el arte europeo. (Biblioteca del Congreso)
III. LA OLA GOLPEA EUROPA En cuanto a la llegada a Europa de obras de Hokusai, existen testimonios documentales que la datan en 1830, cuando Philipp Franz von Siebold, el médico alemán al servicio del puesto comercial holandés en Nagasaki entre 1823 y 1829, regresó finalmente a los Países Bajos. Siebold publicó extractos de Hokusai Manga en su monumental obra Nippon (20 volúmenes, 1832-1851). También trajo toda una colección de pinturas originales encargadas directamente a Hokusai (pero muy probablemente realizadas, total o parcialmente, por sus discípulos) que representaban varios aspectos de la forma de vida de los japoneses, ya que la documentación etnográfica fue el objetivo principal del holandés. La ola y el arte de Hokusai en general demostraron ser una gran influencia en los artistas europeos. A los impresionistas franceses y a los artistas modernistas les encantaron los grabados japoneses, de los que recibieron una fuerte inspiración, aunque todo esto ocurrió unos pocos años después de la muerte de Hokusai.
Claude Monet tenía una colección de 231 ukiyo-e japoneses de 36 artistas diferentes, principalmente Hokusai, Hiroshige y Utamaro. Su Terraza de Sainte-Adresse (1867) revela la influencia de El pabellón Sazai del templo de los Quinientos Rakan, una de las Treinta y seis vistas del monte Fuji de Hokusai, que curiosamente es un intento de Hokusai de aplicar técnicas occidentales como la perspectiva, algo poco habitual en el arte japonés de la época.
Vincent van Gogh poseía más de quinientos grabados y pintó sus propias interpretaciones copiando a Hiroshige o Eisen. Claude Debussy se inspiró visualmente en La ola para componer su suite sinfónica La Mer (el mar), y la edición de 1905 de la partitura es un claro homenaje a la obra de Hokusai a petición expresa del compositor. Una foto tomada por Stravinsky en 1910 retrata al compositor francés en su estudio con una reproducción de La ola colgada en la pared. Al otro lado del charco, la obra de Hokusai se convirtió en el tema de la primera exposición de ukiyo-e que se celebraría en los Estados Unidos y la primera dedicada a Hokusai en todo el mundo, supervisada por Ernest Fenollosa en 1893 bajo el título Hokusai and His School (Hokusai y su escuela).
Vincent van Gogh poseía más de quinientos grabados y pintó sus propias interpretaciones copiando a Hiroshige o Eisen. Claude Debussy se inspiró visualmente en La ola para componer su suite sinfónica La Mer (el mar), y la edición de 1905 de la partitura es un claro homenaje a la obra de Hokusai a petición expresa del compositor. Una foto tomada por Stravinsky en 1910 retrata al compositor francés en su estudio con una reproducción de La ola colgada en la pared. Al otro lado del charco, la obra de Hokusai se convirtió en el tema de la primera exposición de ukiyo-e que se celebraría en los Estados Unidos y la primera dedicada a Hokusai en todo el mundo, supervisada por Ernest Fenollosa en 1893 bajo el título Hokusai and His School (Hokusai y su escuela).
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